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Artículo de investigación: Una locura sin cura en "Delirio", de Laura Restrepo

  • la escribidora
  • 30 ene
  • 20 Min. de lectura



La loca” (1822-1828) de Théodore Géricault



te juro que el infierno debe ser un lugar

donde te encierran con tus consecuencias

 y te obligan a lidiar con ellas

(Laura Restrepo, 2006)

 

Sandra Juliana Jaimes Suárez 1

 

 

Resumen:


Laura Restrepo es una autora ampliamente reconocida en Colombia, especialmente por su producción literaria, que ha recibido diversos reconocimientos internacionales debido a su estilo y su intención de retratar la realidad colombiana de los años 80 y 90. Entre sus obras publicadas se encuentra Delirio, una de las novelas más destacadas y estudiadas por la crítica literaria. Sin embargo, muchos de estos estudios se han centrado en atribuirle un carácter de crítica social que no refleja completamente su contenido. Por ello, el presente artículo analiza otras perspectivas de la novela, basándose en los conceptos planteados en las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud (1940) y en los enfoques sobre la locura de Michel Foucault (1986). De esta manera, se propone una interpretación de la obra como un retrato de la configuración de un personaje que busca constantemente evadir tanto su realidad personal como el contexto que la rodea.

 

Laura Restrepo (Bogotá, enero de 1950) es una destacada escritora colombiana. Sus estudios en filosofía y letras, junto con una especialización en ciencias políticas, le permitieron desempeñarse como asesora en la comisión de negociación durante el recordado proceso de paz en Colombia entre el gobierno de Belisario Betancur y el M19. De esta experiencia surgió Historia de un entusiasmo (1986), un libro compuesto por 35 episodios en los que se narran las vidas y experiencias de los principales actores de ese momento histórico en Colombia desde la perspectiva de la autora.



Dentro de su producción literaria, de marcado estilo postmodernista, destacan obras que prestan especial atención a la figura femenina Entre las más reconocidas se encuentra Dulce compañía (1995), con la cual ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz a la novela femenina en 1997. La creación literaria de Restrepo ha trascendido fronteras: actualmente es una de las escritoras más prolíficas de Colombia, con siete de sus libros traducidos a doce idiomas. Su literatura aborda la perspectiva humana de los conflictos que han marcado a Colombia, los cuales pueden reflejar las dinámicas de otras sociedades. Este enfoque ha dado lugar a numerosos estudios que van desde el análisis estético de su obra hasta investigaciones sobre los comportamientos de sus personajes en relación con la sociedad.



Entre sus obras más emblemáticas se encuentra Delirio, novela con la que ganó el Premio Alfaguara de Novela en 2004 y el Premio Grinzane Cavour en 2006 a la mejor novela extranjera publicada en Italia. La trama gira en torno a Agustina, una mujer que, por razones desconocidas, pierde la cordura. La crítica literaria ha centrado su atención en esta locura repentina, interpretándola como un recurso empleado por Restrepo para denunciar la violencia que asoló a Colombia durante los años 80 y 90.

En esta obra, la vida de Agustina es narrada a través de cuatro voces distintas, permitiendo al lector adentrarse en una sociedad marcada por prejuicios, violencia y la estructura social de una época dominada por el poder del narcotráfico. Varios autores consideran que el libro constituye una crítica profunda a la sociedad colombiana, invitando a reflexionar sobre cómo las diversas formas de violencia pueden gestarse desde el núcleo familiar y extenderse hasta corroer las altas esferas del poder.



Además, la novela aborda temas como la homosexualidad, desafiando los paradigmas de un entorno conservador que enfrenta un proceso de descomposición social. No obstante, las perspectivas críticas suelen atribuir un falso carácter revolucionario al personaje de Agustina, quien, a través de su delirio, parece rebelarse contra una sociedad violenta donde los inadaptados son rechazados. Este artículo discutirá dichos análisis para demostrar que Agustina no actúa con el propósito de cambiar su realidad; más bien, su locura responde a una evasión consciente de la realidad, motivada por el miedo o la resignación a enfrentarla.



En este sentido, el artículo comenzará con una revisión historiográfica del panorama colombiano que permita describir las condiciones de vida en el país durante las décadas de los 80 y 90. Para ello, se utilizarán las investigaciones de Cristancho (2011) y Marín (2016) sobre las violaciones a los derechos humanos en Colombia. Posteriormente, se explorará la intimidad de Agustina para analizar la configuración de su personaje, basándose en las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud (1940) sobre la psique humana, en paralelo con los conceptos sobre la locura planteados por Michel Foucault (1967).



De esta manera, se buscará comprender si existe alguna relación entre los padecimientos de Agustina y su carácter como posible subversión del orden establecido en la sociedad. Finalmente, se abordará un diálogo crítico con los estudios literarios existentes para obtener una perspectiva más profunda de la obra, su contexto y el papel de la locura en la novela desde un enfoque alternativo.


El interés de la crítica por Delirio


Al examinar la literatura existente sobre Delirio, se identificaron estudios que sirven como base para esta investigación. En primer lugar, Vanden (2017) sostiene que, en una sociedad determinada, se establecen quiénes pueden intervenir, hablar, interesarse y participar en el gobierno, así como las formas en que pueden hacerlo.

En Delirio, este reparto de lo sensible se presenta en dos grupos: los "dignos", que incluyen a los descendientes de familias tradicionales y de cierto abolengo capitalino, y los "venidos a menos", como los nuevos ricos que no pueden demostrar su linaje en un árbol genealógico. Según este análisis, es poco probable que alguno de estos grupos logre alterar la lógica social existente. Una interpretación negativa destacaría el carácter ancestral de la violencia social, que perpetúa una mentalidad inmóvil dentro de la cultura del narcotráfico. Esta mentalidad se ha arraigado en la sociedad colombiana y ha dejado marcas imborrables.


Este estudio aporta nuevas perspectivas para un análisis más profundo sobre el personaje de Agustina, considerándola como el punto inicial de la necesidad de subversión ante los sucesos ocurridos en Colombia y su regreso a la cordura como una muestra de conformismo frente a la realidad.


Por otra parte, Castillo (2014) señala que la novela funciona como una puerta de acceso crítico a la realidad de Colombia a finales del siglo XX. Especialmente porque los diferentes puntos de vista presentados en la obra reflejan diversas perspectivas de la violencia representada en cada personaje. De este modo, la investigación traza vínculos entre el poder y el narcotráfico, mostrando cómo la violencia trasciende los límites del hogar para abarcar a la sociedad en general. Según Castillo, el delirio de Agustina se produce como una reacción de rechazo hacia un mundo que la maltrata. En este sentido, la locura se convierte en su arma de poder; sin embargo, se deja de lado el análisis de su regreso a la razón, presentado como un final feliz en la narrativa.


De manera similar, Garos (2021) considera que el delirio de Agustina podría derivar de un trauma, aunque también lo interpreta como una reacción a la violencia que ha experimentado desde su infancia. Según este autor, Laura Restrepo muestra en la novela el proceso y los efectos de vivir en un delirio constante, que finalmente resulta agotador. Garos concluye que la vida cotidiana en Colombia es violenta y que, en este contexto, el delirio puede ser visto como una forma de salvación para quienes habitan en un país lleno de conflictos que necesita atención urgente.



Por su parte, Sánchez (2013) argumenta que la locura del personaje de Agustina representa más bien el delirio del cuerpo social, y no únicamente del individuo. Sánchez sostiene que la "ceguera moral" de los personajes responde a la impotencia y al encierro como formas de sometimiento. Además, el autor menciona que la sociedad colombiana enfrenta un mal más profundo: un siglo de obsesión con lo que no posee, lo que ha generado una ambición desmedida que despliega problemáticas como el testaferrato, el lavado de dinero y el narcotráfico. Según Sánchez, Agustina no busca tanto curar su delirio, sino redirigirlo hacia la reconstrucción de las relaciones que le permiten interactuar con quienes la rodean. Así, más que un retorno a la cordura, su evolución se orienta hacia la recuperación de su mundo y de su sociedad.

 

En otra investigación, Hemstock (2013) presenta su perspectiva sobre la representación de la mujer como un sujeto abyecto, imposibilitado para comunicar su experiencia y, por ende, cambiar su destino. Hemstock enfatiza que en la novela se muestra una sociedad enferma cuya patología se personifica en el cuerpo de la mujer. En este contexto, la narrativa se fragmenta, y el sujeto femenino no logra encontrar su propia identidad. Sin embargo, la violencia se representa como una enfermedad, lo que lleva a un abismo donde los personajes no tienen la opción de rebelarse contra las fuerzas opresoras. Por ello, al final de la novela, los personajes continúan siendo víctimas del yugo de una sociedad violenta.


Por su parte, Villegas (2014) señala que, en un país donde la población se siente constantemente amenazada por el conflicto armado, es comprensible que las creaciones artísticas de la primera década del siglo XXI reflejen esta realidad. Este fenómeno actúa como un proceso de reconfiguración de los imaginarios sociales y políticos necesarios para la nación. Villegas interpreta Delirio como un testimonio de los múltiples intentos fallidos por consolidar la paz en Colombia. Así, Restrepo busca crear espacios literarios que fomenten la reflexión y el diálogo entre los actores involucrados en estos conflictos.


De manera similar, Pinzón (2014) aborda la perspectiva del narrador como eje central para configurar la violencia colombiana. En su trabajo, se evidencia cómo los narradores construidos por Restrepo generan significaciones culturales que perpetúan la violencia, no solo hacia las mujeres, sino también hacia los hombres que crecen en esta cultura: “El análisis de la forma de la narración confirma que la violencia es inherente al lenguaje (…)” (Pinzón, 2014, p.110). Al mismo tiempo, Pinzón sostiene que el lenguaje puede ser un medio para superar la violencia, aunque también tiene el potencial de desencadenarla.

Por su parte, Sánchez (2016) propone un análisis utópico de la novela, en el cual se plantea la posibilidad de que la sociedad contribuya a la transformación social desde la perspectiva de algunos de sus personajes. Esta lectura busca reflexionar sobre los males que aquejan al mundo contemporáneo y encontrar vías para afrontarlos a través del arte y la literatura.

 

Uno de esos males que se mencionan en diferentes trabajos es la violencia intrafamiliar, que, para Valencia (2007), constituye el diario vivir de muchos hogares colombianos, determinados por las dinámicas que giran en torno a las apariencias de dinero y moralidad. En Delirio, tanto mujeres como hombres se encuentran culturalmente prisioneros, lo que reafirma la función mimética del arte. Por su parte, Cisterna (2018) señala que la figura del hotel en la narrativa de Delirio representa un espacio a-político que ofrece al personaje la posibilidad de escapar de su hogar y, en consecuencia, de su realidad. Este lugar, cargado de simbolismo, emerge como una vía de escape frente a la desilusión del presente, caracterizado por el caos y la violencia.


La violencia en Colombia a finales del siglo XX y su impacto en la literatura

Castillo (2014) propone una lectura de Delirio como una puerta de acceso crítico a la realidad de Colombia a finales del siglo XX. Los diferentes puntos de vista en la obra reflejan las perspectivas de la violencia que se manifiestan en cada uno de los personajes:


"No debe extrañarnos que los escritores, ya desde la década de los sesenta, con una prolongación hasta el grupo en el que incluimos a Restrepo, se hayan dedicado a reflexionar estéticamente sobre el impacto de los conflictos violentos en Colombia, consiguiendo en muchos casos la construcción de una crítica comprometida" (Castillo, 2004, p. 234).


Es importante mencionar que la época en la que se enmarca la novela estuvo plagada de violencia. Las cifras sobre violaciones a los derechos humanos eran alarmantes; los civiles se convirtieron en blanco de prácticas delictivas, entre ellas el secuestro y la limpieza social. Asimismo, se consolidó una alianza entre narcotráfico y terrorismo, que sometió institucionalmente al país y persiguió sin compasión a sus opositores. El silencio se convirtió en una estrategia de supervivencia tanto a nivel personal como colectivo, en una población que oscilaba entre el terror y la atracción hacia la protección que brindaba alinearse con el narcotráfico (Marín, 2016).


Esta realidad se retrata en la novela desde la perspectiva de Midas McAlister, un personaje que forma parte del negocio de la droga y narra cómo ciertos cambios sociales comenzaron a transformarse durante ese período.


¿Entonces de verdad crees, le pregunta el Midas McAlister a Agustina, que tu noble familia vive de las bondades de la herencia agraria? Pues bájate de esa novela romántica, muñeca decimonónica, porque las haciendas productivas de tu abuelo Londoño hoy no son más que paisaje, así que aterriza en este siglo XX y arrodíllate ante Su Majestad el rey don Pablo, soberano de las tres Américas y enriquecido hasta el absurdo gracias a la gloriosa War on Drugs de los gringos. (Restrepo, 2006, p.70).


De esta forma, se entrelazan el día a día de los personajes con lo que sucedía en el país, que para esa época estaba bajo el poder del reconocido narcotraficante Pablo Escobar Gaviria. Como menciona Duncan (2013), Escobar inició su camino involucrando a los sectores marginados de Medellín mediante una fuerte inversión de dinero que le permitía ganar adeptos y legalizar el capital ilegal o los llamados "dineros calientes". Precisamente, esta financiación, combinada con la represión violenta, le permitió a Escobar situarse en una posición de poder en Colombia:


"Esta oligarquía nuestra todavía anda convencida de que maneja a Escobar cuando sucede exactamente al revés" (Restrepo, 2006, p. 73).

Al alcanzar esta capacidad de manejo social, la mafia también se convirtió en un proveedor de necesidades sociales, lo que obligó al Estado a compartir su autoridad con estas organizaciones. Esta situación provocó que la corrupción permease todos los entes estatales, donde los políticos profesionales mediaban entre la mafia y el Estado para aumentar su poder y riqueza (Duncan, parafraseo, p. 244).


Colombia se encontraba entonces en un momento crítico, sumida en una crisis violenta de la cual surgieron grupos subversivos que se oponían tanto al narcotráfico como al gobierno. Esto llevó a una represión de cualquier tipo de movilización social:

"Yo sé que han sido los leprosos, aunque más tarde, ya en casa, ya por la noche cuando todo ha pasado, mi padre me repite mil veces que lo de hoy por la calle ha sido una protesta de los estudiantes contra el gobierno" (Restrepo, 2006, p. 124).


A esta crisis social se sumó la formación de nuevos grupos paramilitares que, hasta la actualidad, han afectado a la población en general. En 1981, tras el secuestro de Martha Ochoa, miembro de la familia de Fabio, Juan David y Jorge Luis Ochoa, socios de Pablo Escobar, se creó el grupo MAS (Muerte a Secuestradores). A este hecho se le atribuye el surgimiento de los grupos paramilitares en Colombia, que trabajaban conjuntamente con el ejército y con élites locales, las cuales conformaban sus propios grupos armados (Marín, 2004).


Este es uno de los ejes principales de la novela, en el que la autora se vale de la realidad que la circunda para abordar historias públicas, reales o ficticias, y narrar la historia de un país dominado por la inseguridad y la falta de conducción política. En este sentido, no debe extrañarnos que los escritores, ya desde la década de los sesenta, con una prolongación hasta el grupo en el que incluimos a Restrepo, se hayan dedicado a reflexionar estéticamente sobre el impacto de los conflictos violentos en Colombia, consiguiendo en muchos casos la construcción de una crítica comprometida (Castillo, 2014).

 

Una de las formas de narrar esta violencia se presenta en Delirio:

“La escritora registra a los hombres atrapados en el universo patriarcal, replicadores de una violencia simbólica y fáctica construida por este orden falocrático e inscrita en sus mismas estructuras mentales y físicas” (Cáceres, 2010, p. 45).

Es evidente que esto sucede desde que, en la novela, se retrata lo que acontece en la vida de Agustina, una mujer cuya voz, a pesar de ser la protagonista, resulta estar encerrada en una narración donde predomina la palabra masculina.


Sin cura para la locura


A lo largo de la novela, se enfatizan los conflictos familiares que demuestran cómo la violencia circunda a Agustina desde su niñez y la lleva al inicio de su historia de delirio. Así, se advierte que en la historia impera un orden patriarcal que, al verse amenazado, reacciona con violencia. Esto lleva a Agustina a convertirse en una mujer sobreprotectora de su hermano, quien es catalogado como “afeminado” y contra quien se desatan todo tipo de maltratos con el fin de que "enderece su camino":

"Se levantó sorpresivamente del sillón con los ojos inyectados en furia y le dio al Bichi un patadón violentísimo por la espalda a la altura de los riñones, un golpe tan repentino y tan feroz que mandó al muchacho al suelo haciendo que se golpeara antes contra el televisor (…) ¡Hable como un hombre, carajo maricón!" (Restrepo, 2006, p. 147).


Es importante señalar la necesidad de Agustina de evitar el dolor y la destrucción, tanto en ella como en su hermano. Según Freud:


“El yo, endeble e inacabado de la primera infancia, recibe unos daños permanentes por los esfuerzos que se le imponen para defenderse de los peligros propios de este período de la vida, de los peligros con que amenaza el mundo exterior” (Freud, p. 38).

Sin embargo, a medida que transcurre la novela, se evidencia la completa sumisión de Agustina al padre, quien mediante el discurso religioso y la violencia pretende imponer su autoridad. Así, las prácticas machistas se convierten en la normalidad del hogar. Incluso, parece que Agustina siente placer al ser reprendida por su padre. Por ejemplo, cuando al salir del cine prefiere llegar tarde a casa para que este la reprenda. Esto muestra que Agustina ha normalizado la violencia como un acto de amor y protección. Por lo tanto, no pretende cambiar su realidad y, de manera inconsciente, podría decirse que disfruta del dolor. Aunque intente defenderse, sus esfuerzos nunca tienen resultados.


Estos comportamientos provienen del ello, que, según menciona Freud (1940),

“no conoce prevención alguna por la seguridad de la pervivencia, ninguna angustia; o quizá sería más acertado decir que puede desarrollar, sí, los elementos de sensación de la angustia; pero no valorizarlos”.


Así pues, Agustina no pretende cambiar las situaciones caóticas que le suceden, sino que siente placer al darles continuidad:

“Ese señor que es la viva encarnación de todo lo que aborrezco y que, para Agustina, en cambio, es objeto de una adoración incomprensible, casi religiosa, o religiosa sin el casi” (Restrepo, 2006, p. 184).


Nada en la novela sugiere que la locura de Agustina sea un intento de rebelarse contra el orden social establecido. Más bien, representa su necesidad de permanecer en esta dinámica, que incluso, después de la muerte de su padre, la lleva hasta el delirio con tal de mantenerlo como la figura que la somete:

“En fin, el último tipo de locura, que es la pasión desesperada. El amor engañado en su exceso, engañado sobre todo por la fatalidad de la muerte, no tiene otra salida” (Foucault, 1986, p. 34).


Curiosamente, aunque Agustina parece necesitar permanecer sometida, se enfrenta a una lucha interna. Algo dentro de sí le indica que está mal, una angustia que actúa como radar y le advierte que está cometiendo un error. Su manera de enfrentar esta lucha interna es la evasión. Durante su juventud, comienza escapando de la realidad a través de la marihuana cuando se marcha de casa para no confesar su embarazo. Escapar se convierte en su forma habitual de evitar la realidad, un patrón que se repite a medida que crece, desde supuestas visiones del futuro hasta llegar al punto de enloquecer para no enfrentarse a sí misma. A lo largo de la novela, emergen dos versiones opuestas de Agustina:


“Agustina fumaba marihuana y viajaba cada primavera con su familia a París y odiaba la política y aturdía a quienes la admirábamos con un perfume bárbaro y audaz que se llama Opium; Agustina vivía sola y en su apartamento no tenía muebles sino velas, cojines y mandalas trazados en el piso; recogía gatos callejeros y era una mezcla inquietante de huérfana abandonada e hija de papi, de niña bien y nieta de Woodstock” (Restrepo, 2006, p. 79).


Esta situación refleja lo que acontece en la sociedad colombiana de la época. Como sostiene Sánchez (2016), el delirio en la novela, además de manifestarse directamente en los personajes, simboliza el trastorno de una sociedad que se niega a ver más allá de la realidad inmediata. Aunque esta realidad sea difícil de afrontar, se prefiere creer en apariencias antes que descubrir qué hay detrás de ellas.


De ahí que la dinámica de Agustina sea cambiar continuamente su método de evasión de la realidad, que va desde imaginaciones sobre el futuro y el uso de drogas hasta el auto infligirse un trastorno. Conforme avanza la novela, Agustina pasa de ser una niña protectora, crítica y fuerte, a convertirse en una mujer manipulable, especialmente bajo el encanto de Midas McAlister. Finalmente, se transforma en una persona indecisa y manipuladora, perpetuando una irracionalidad que no puede justificar:


“Se define entonces la racionalidad, en términos de la no-locura; todo esto, ante la dificultad de explicar lo que la locura misma representa” (Cruz, 2007, p. 38).

Freud (1940) plantea que el origen de este comportamiento proviene del ello, ya que el yo se ve influenciado por el mundo exterior durante su desarrollo. Algunos contenidos del ello se trasladan al estado preconsciente y se integran al yo, mientras que otros permanecen inamovibles dentro del ello como un núcleo de difícil acceso. Agustina, en cierto modo, es consciente de esto y reconoce que su inestabilidad proviene de algo que falla en su interior. Por ello, decide regresar a Sasaima para reencontrarse con su pasado en busca de una explicación a su locura.


Sus acciones, entonces, no responden a una preocupación por el contexto social o familiar, sino a un interés personal dictado por sus impulsos. Agustina muestra un carácter individualista que logra manipular a Aguilar, quien termina viviendo en torno a los conflictos internos de su esposa. Aunque la novela se enmarca en una realidad social e histórica importante para Colombia, un análisis más profundo evidencia que Agustina, si bien afectada por esta realidad, nunca busca transformarla. Por el contrario, la ignora.


Finalmente, también se observa que Agustina es incapaz de desarrollar un criterio propio, ya que todas sus reacciones obedecen a los comportamientos de los demás. Muchas de sus respuestas son consecuencia de su crianza en una familia pudiente, que instauró en ella paradigmas de los que parece imposible escapar.


Lo que pasa es que la locura es contagiosa, como la gripa, y cuando en una familia le da a alguno, todos van cayendo por turnos; se produce una reacción en cadena de la que no se salvan sino los que están vacunados (Restrepo, 2006, p. 26).

La anterior aseveración la hace la tía de Agustina, Sofi, quien sostiene que solo algunos pueden escapar a esta locura hereditaria, que más que ser un asunto patológico y genético, está relacionada con creencias sociales perpetuadas de generación en generación. Estas creencias terminan por destruir, de alguna forma, las vidas de quienes se ven expuestos a esta "locura". Ante esto, Agustina, quien tampoco encuentra una salida a esta situación, desde niña recurre al acto de "hacerse la loca" como método para sobrellevar la tragedia familiar.


Un final interminable


Después de analizar el contexto histórico del que nace Delirio, el planteamiento de su trama y la caracterización de Agustina, se puede concluir que, aunque tiene relevancia el momento social marcado por el narcotráfico, la corrupción, el surgimiento de las guerrillas y el terrorismo en el país, estos elementos no fueron los detonantes de la locura de Agustina. Tampoco esta locura es producto de una necesidad de protestar ante las situaciones sociales o familiares de su entorno. Algunas críticas plantean que Agustina representa a ese país que pretende terminar con la lucha de clases y las injusticias rebelándose contra su familia y sus costumbres. Sin embargo, tras un análisis más profundo, se puede afirmar que la historia no busca despertar una conciencia social mediante el relato de Agustina. En cambio, expone las consecuencias de las influencias familiares y del entorno en el desarrollo psicológico y social de los personajes, reflejando así una realidad más personal que colectiva.

Quien no haya convivido con un delirante no sospecha siquiera la desaforada cantidad de energía que puede llegar a desplegar, la cantidad de movimientos por segundo (Restrepo, 2006, p. 108).


Por tanto, aunque gran parte de la crítica atribuye un carácter denunciatorio a la obra de Laura Restrepo, una lectura más profunda revela que la novela solo expone y describe la realidad que circundaba a Colombia en los años 80. Este contexto sirve únicamente como escenario para los personajes, teniendo una influencia secundaria en sus vidas. El conflicto principal de la obra gira en torno al estado de locura inexplicable de Agustina. Cabe señalar que el tema del narcotráfico aparece en la novela como parte del contexto histórico y social, sin ser el eje central de la trama.


En estas novelas aparece el fenómeno del narcotráfico como parte de la actividad de uno o varios personajes o como parte de las estructuras sociales o momentos históricos que estas indagan. En algunas, incluso, el protagonista es narcotraficante, pero la historia no se centra en la actividad de ellos en tanto narcos o esta condición o actividad no es central al desarrollo de la anécdota. En otras, estos fenómenos aparecen como parte del proceso histórico que les toca vivir a sus protagonistas, ya sea porque los personajes entran en contacto o hacen tratos con estos delincuentes (Osorio, 2014, p. 19).


En resumen, aunque Delirio sigue una estética literaria propia de los años 80 y 90, el contexto social y político se utiliza únicamente para enmarcar la división social y las formas de vida de la época. Así, gran parte de la crítica comete el error de atribuirle un carácter de compromiso social que no posee. Desde otra perspectiva, la obra puede catalogarse como una novela con un enfoque psicoanalítico, que estudia la configuración psicológica de un personaje y las consecuencias de las presiones familiares y sociales sobre un individuo, más que sobre la sociedad en general.


El final de la novela se desarrolla en dos páginas. En una primera lectura, puede parecer un desenlace satisfactorio, que sugiere un regreso de Agustina a la cordura. No obstante, al ampliar la perspectiva, se percibe que Agustina continúa evadiendo la realidad, aunque ahora con una aparente intención de restablecer su vida. Sin embargo, parece encontrar nuevamente una forma de evasión:


Profesor Aguilar, si pese a todo me quiere todavía, póngase mañana una corbata roja. La leí varias veces antes de dormirme, dice Aguilar y cuenta que el último pensamiento que esa noche pasó por su cabeza fue: Estoy contento, esta noche estoy contento, aunque no sepa cuánto tiempo va a durar esta alegría. (...) Cuando Aguilar bajó, Agustina pasó varias veces frente a él sin decirle nada, ni buenos días siquiera. Simulaba no verme, dice Aguilar, sus ojos eludían mi corbata roja como si se hubiera arrepentido de escribir esa nota, o más bien como si tuviera temor de constatar si me la había puesto o no, o como si se estuviera haciendo la loca (...). Así que me planté frente a ella, la tomé por los hombros, la hice mirarme a los ojos y le pregunté: Señorita Londoño, ¿le parece suficientemente roja esta corbata? (Restrepo, 2006, p. 303).


Este cierre deja a la imaginación del lector si realmente Agustina ha recuperado la cordura o si simplemente se reinicia el ciclo interminable que la lleva a buscar alguna forma de evadir la realidad. Muy lejos de las tesis que sostienen que Agustina utiliza su locura como una protesta social, el desenlace parece reforzar el carácter personal e introspectivo de su historia.


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