El Anhelo del barrio de maravillas
- la escribidora
- 13 sept 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 13 sept 2020
Deja estupefacción porque no sólo ya no es lo que era,
sino que ya no es lo que iba a ser…
Rosa Chacel, Barrio de maravillas

Joan Miró- La masía , 1920
Transcurría el mes de diciembre del año 2019, las tradiciones de fin de año iban viento en popa en mi casa. Mi mamá continuaba con los preparativos para las celebraciones que se aproximaban. El ambiente se sentía fresco, el olor dulce de la natilla impregnaba toda la casa y por supuesto las canciones de Pastor López, no podían faltar. Ya había pasado la navidad, por lo cual los niños jugaban todo el tiempo con sus cachivaches nuevos. A mi pequeño, nuestras tías le regalaron un dron, soñado por él durante largo tiempo. Mi sobrina, salía todos los días a montar en su monopatín, lo que más le gustaba era competir con las demás chiquillas del barrio, a las que también les dieron los mismos artefactos. Los niños sabían que saldríamos a jugar al parque después de la siesta del medio día, pues en esa hora nos reuníamos todos a hablar al frente del viejo televisor de la sala, en donde poníamos las noticias. Aunque la mayor parte del tiempo no prestábamos atención, si ocurría algo extraordinario lo podríamos comentar en el instante. Es muy difícil ver tanta tragedia en esa pequeña caja y no poder hacer nada.
Mi mamá era la que más sufría con la impotencia de no poder aportar nada para resolver estos conflictos. Ese día de fines de diciembre, escuchamos una noticia un tanto irreal; Un virus extraño estaba haciendo estragos en cierta población de China. En ese momento para todos fue una información rara, parecía que estuviéramos viendo un capítulo de una serie, pero pensábamos, en el fondo, que como en las series, se iba a encontrar una solución pronta. Esta situación era demasiado remota para nosotros. Mi papá con sus aportes extraordinarios dijo: “A los chinos si le pasan cosas chimbas”, refiriéndose a lo fantasioso que parecía la situación. como si los chinos fueran habitantes de otro planeta.
Ese momento duró poco, la charla terminó y seguimos con nuestra rutina de vacaciones. Esa tarde el sol era mas resplandeciente que de costumbre. Todo nos favorecía para explorar el parque con el dron nuevo mientras la niña de la casa andaba en su patineta, dando tumbos cada tres segundos. Los gritos en el parque no aturdían para nada, sonaban como La Canción de la alegría, era la exaltación del montón de chiquillos que solían salir los domingos en la tarde al parque de las Cigarras, lugar donde recurrían las familias para aprovechar el poco tiempo que les dejan sus actividades cotidianas. Allí, sentada en la mitad de la plazoleta, recordé las palabras de Isabel, personaje principal de la novela Barrio de Maravillas, cuando decía: “Todos estarán pendientes de que llegue ese día, ese domingo radiante — radiante sólo unas horas, (…) horas suficientes para lo que ellos desean, para lo que ellos esperan, unas horas de placer…”. Las recordaba tanto, porque ese Madrid de la novela, se me asemejaba tanto a la Bucaramanga alegre de ese momento, todo parecía un carnaval cada domingo, sonrisas, música, abrazos y hasta el llanto de aquel niño que caprichosamente dejó volar su globo.
Así pasó no solo ese día, terminó el año y seguimos con nuestra “normalidad. En febrero, recuerdo bien, que empezó a sonar con fuerza lo de la epidemia del coronavirus. Si bien aún se veía lejano, ahora ya había afectado más países. Pero el tiempo pasó y de repente las noticias abrumaban todo el tiempo. Había llegado tan temible realidad a nuestro territorio. Quien iba a pensarlo, el caos se apoderaba de todos. Se inundaba el ambiente de un tono apocalíptico, acaso, ¿íbamos a morir todos? Colombia no estaba preparada para esto, y para nadie era un secreto. De repente nos informan que todos debemos confinarnos. En esta situación no había distinción social, ni de credo, ni de razas, todos, absolutamente todos debemos estar prisioneros en nuestras propias casas, para alejarnos lo que más se pueda de el temible coco que nos acecha. El sonido nocturno de las cornetas de las esquina anunciando el toque de queda después de las 8 será algo que nunca olvidaremos. lo más doloroso fue separarnos de nuestros seres queridos , no verlos por el temor de ponerlos en peligro y tratar de acercarnos día a día a través del espejo negro llamado celular.
Con el transcurso de los días la incertidumbre fue peor. Nos encerramos no solo en la casa sino en los problemas que empezaban a acrecentarse, el dinero, la salud, el ocio y demás nos llevaron a dejar de lado el tesoro que más teníamos que cuidar, los niños. Mi hijo empezó a temer a estar solo, la niña por su parte gritaba constantemente. Al principio la reprendíamos, con el tiempo nos dimos cuenta de que era su forma de pedir a gritos libertad. Por supuesto ella no entendía, solo pedía en sus oraciones que se fuera el “mostro virus”, pues añoraba ver a sus amigas. Ellos, los pequeños, han sido, creo yo, la población mas olvidada en esta crisis. Esta situación, aún meses después, me preocupa demasiado, no van a ser los mismos de antes, sus vidas cambiaron repentinamente. Ahora solo pueden recorrer las calles de su barrio por un ratito al día, no pueden correr demasiado pues se ahogan con el tapabocas y muchas actividades que se hacían en grupo, se demorarán en volver. El tiempo no se detiene, aunque a veces pareciera que sí. Cinco meses transcurrieron entre la zozobra, no saber que será o qué pasará es espeluznante. Las muertes en mi familia no faltaron. La prima Fátima, cayó víctima de aquel temerario monstruo. Los niños al enterarse sucumbieron al pánico. Ya no querían salir ni a su paseo autorizado.
Vuelvo de nuevo al Barrio de maravillas, cuando cada día los llevo a tomar el sol en nuestro balcón, paréceme escuchar como un susurro las palabras del libro cuando veo como se ilumina la calle, aquella que ya no podemos casi ni recorrer: “La luz, en esa hora, es acogida a través de esas pantallas y ella mira los cuartos pulcros, las camas mullidas, los cuerpos descubiertos… Todo lo mira aquiescente; la nota de su faz es pura armonía con cada atuendo de ventana”. Así el sol desvelaba lo único que podíamos ver, las cristaleras de nuestros vecinos, iluminadas por ese resplandor que nos daba un poco de esperanza en la vida. Pero ¿cómo le explicaba esto a los chiquillos?, que, a diario aclamaban la “normalidad” a la que estaban acostumbrados, el colegio, el parque, el helado, la algarabía. Y veía yo como se desvanecía esa alegría, y me invadía la intranquilidad, la impotencia.
Así como Isabel, la protagonista de la novela que les vengo contando, formaba su carácter en las calles del barrio las maravillas, así mis pequeños estaban creciendo en mundo que les agobiaba, estaban creciendo llenos de miedos, miedos que parecen olores, que permanecen en el ambiente. Como mejor lo dijera Isabel: “el olor de todos los humores humanos, como los que se concentran en una habitación de enfermo, (…) Todo ello interrumpiendo, rechazando más bien, a la primavera, que está empezando pero que no entra en la alcoba... porque el espacio cúbico del cuarto está henchido por la trementina, por el vaho de eucaliptus hirviendo en la olla de barro...” de esta manera vivimos ahora, colmados del olor del eucalipto que cocina mi madre y esparce su vapor por toda la casa, para protegernos de alguna forma de la mortal enfermedad.
Por ahora no hay final feliz para esta historia, seguimos sobreviviendo a estos advenimientos, acostumbrándonos, tal vez, esperando que sea también nuestro cuento como un barrio de maravillas, que sigue en pie, después de la cruel guerra, con la esperanza de que nuestras creaturas noten algo bueno en esta situación y en un futuro puedan contar su victoria, por ser partícipes de la historia como los sobrevivientes del Coronavirus. Mientras tanto, seguimos viendo a lo lejos el parque de las cigarras, ensombrecido, como si estuviera triste. Esperando quizá el momento en el que vuelvan los niños a corretear palomas, a llenarlo de alegría, esperando que volvamos algún día a tener de regreso nuestro barrio de maravillas.
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