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La Hoguera

  • la escribidora
  • 29 ago 2020
  • 1 Min. de lectura


Una mulata a mi diestra,

inmóvil se hipnotiza; cae aletargada.

El reflejo de las llamas

en sus cristales gritan.

Por un breve instante,

me pasmé ante tanta vida,

miré detrás de mis ojos,

y solo había cenizas y heridas.

Mi vientre fue cercenado de un tajo,

mis hombros cayeron

mis rodillas al son de los tambores

se hincaron ante el réquiem de mis labios.

Onírico fue la flor madura,

vespertina hora en que mis besos mudan,

sus ojos alabastros yacen sin vida,

Muda mi tristeza a una nueva herida.



En el umbral de mis anhelos,

esperaba recostado la lágrima que huía,

miré hacia la bóveda,

y un río de estrellas muertas,

el clamor de traerla de nuevo,

como el salitre intenso.

Las llamas fueron el oráculo,

un recuerdo anidado como la verdolaga

onduló toda la noche,

el rocío del sol me despertó,

la hoguera era solo polvo

rastro de una noche que aún vaga descalza.



Autor: Cristian Guerrero Marciales

 
 
 

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