Silencio
- la escribidora
- 4 abr 2021
- 6 Min. de lectura

Dante Gabriel Rossetti - Joan of Arc (1882)
Se había convertido en un hábito levantarse sobre las diez de la noche a miccionar, o a hacer chichí, como se le conoce por estos lares. Dormía en la parte de arriba de la litera, por ser la más fuerte, decía la mamá. Pero ella siempre había pensado que era porque su hermana la menor, por ser la mas consentida, dormía abajo para prevenir que se cayera. Total, si ella besaba el suelo en medió de la noche, resistiría más que la frágil muñequita en la que sus papás habían convertido a su hermana. Acostumbrada al descenso desde las alturas para ir puntual al baño, bajó. Lentamente pues sentía que se iba a hacer encima. En cuestión de dos minutos estaba lista para volver a conciliar el sueño. Aunque esa noche, también se estremecía al pensar en regresar a la cama. Su mamá le decía que solo eran pesadillas, que por comer tantos chocolates no podía dormir bien.
La hermana mayor la atormentaba diciendo que tenía un demonio por dentro y, así todos le restaban importancia a lo que le estaba sucediendo. Las familias de este lugar, creyentes de milagros y castigos divinos, no estiman de alguna manera que algo sobre natural les suceda. Pero en esta, como en las anteriores, ella retrocedió al verse de nuevo acostada en su cama, durmiendo como si no se hubiera movido ni un centímetro en la noche. Cerraba los ojos, y empezaba sus plegarias, que como siempre en medio del susto olvidaba; Padre nuestro que estás en el cielo… no podía continuar. El trance le dolía por ahí donde queda el ombligo, y sabía que había vuelto porque sentía sus pulmones a punto de estallar. Su alrededor estaba intacto, pero esta vez no le quería contar de nuevo a su mamá pues no quería más cantaleta por comer dulces antes de dormir.
Para ella, este estallido de emociones iba a pasar en un rato, e intentaría dormir de nuevo. Sólo tenía 14 años, no podía darse cuenta de que le ocurría algo. Su rostro iba tomando un aire extraño, incluso su hermana mayor pensaba que le estaban haciendo algo en el colegio. Pero luego de preguntarle ella en medio de un silencio cortante se fue. Quizá esta noche será diferente, pensó, al no comer nada después del almuerzo, todo con tal de no sentir tal agonía que le producían sus alucinaciones.
Al hacer sus oraciones nocturnas se durmió. Esta noche no la despertó su vejiga, el ensordecedor alarido de la niña que cuidaba su mamá la hizo despertar. Bajó cómo siempre esas escaleras que en días anteriores le había costado trabajo subir, por el temor de encontrarse a sí misma como un espejo atroz. Bajó corriendo asustada, la niña lloraba cada vez con más intensidad. Al entrar en la habitación le tenían preparado el biberón por el que clamaba la pequeña, y con el cual encontró sosiego. Después del susto, agarró el pañal sucio que estaba en el piso, se fue y lo tiró. Y con el peso del sueño interrumpido regresó a dormir. Llevaba un pijama azul, de pantalón largo, el pelo enmarañado porque se revolcaba mucho y estaba boca arriba, la cara de cadáver la impactó.
Nuevamente su pesadilla se estaba repitiendo, otra vez había que iniciar las plegarias y esperar el aturdidor dolor en la panza que le causaba volver a su cuerpo. En tanto pudo abrir los ojos se tiró desde la altura de litera y corrió a apretarle el brazo a su madre, quería hablar, pero no podía decirlo. Así que la llevó a rastras al patio de la casa, donde botó aquel pañal sucio que recogió en el trance. El camino al basurero fue eterno, no había dejado de rezar porque todo fuera mentira. - ¡Cállate! – gritó alterada su madre mientras era arrastrada por la fuerza descomunal de su hija alterada. Al llegar al bote, el pañal en el fondo era como un arma disparándole directo a su frente. La historia que le contó a su mamá, nadie se la creyó, no se supo cómo llegó el pañal a la basura, pero resultaba mejor olvidar el tema con la explicación fácil de otra más de sus pesadillas.
Al otro día, en la casa el silencio imperaba, su mamá le había contado a toda la familia. – Es mejor que te calmes- le dijo a la mamá al verla preocupada. Le pasó la mano por la frente y se mostró serena, para no aletargar más ese suplicio. La tía Aminta le había dicho que consultaría con el cura del barrio, para prevenir que no fuera un maleficio. Mientras la madre oraba, sonó el teléfono. Era la tía Socorro, amante de lo sobrenatural, entusiasmada con la novedad de una bruja en la familia. Mientras vivió en Bogotá, le contaba Socorro, su amigo Martín, le ayudaba en la tarea de espiar a su novio.
Los medios que usaban no eran tan convencionales. – El se salía del cuerpo y lo buscaba, así supe que tenía esposa- le dijo la tía Socorro a ella, explicándole con emoción como a través de las experiencias extracorporales de su amigo, había descubierto a su novio infiel. -Alístese que mañana Martincito me viene a visitar y le va a ayudar con eso- dijo- Que de buenas mi chinita. Echó la cabeza para atrás, todo era peor de lo que pensaba, pero su tía estaba loca.
Se reunieron sus cinco primas, esperando minuto a minuto el encuentro con Martín, su tía ya las había informado de todo. Las miradas capciosas de todos las inquietaban tanto, que quería huir. Las preguntas punzantes de todos la pusieron tan colérica que decidió irse. Mientras corría la cortina que tapaba la puerta de la casa el teléfono sonó. Llegaba el momento de ver al tal Martín, era la tía Socorrito anunciando la llegada. Subieron por aquella calle que parecía un desierto al medio día. Parecían un poco de cacatúas sus primas, especulando sobre lo que pasaría. Al llegar a la casa de la tía, en el extremo derecho de la sala estaba el renombrado señor que iba a darle un diagnostico a su problema de sueño.
Cuando la vio, en medio de todas sus primas, la señaló y dijo:- Tienes un aura de un color muy lindo, eres tú. Ella no recordaba tener ningún aura y no le creyó nada, a pesar del impacto que causó en todos los presentes. Así sin más Martín le contó que estaba desdoblando, que tenía el don maravilloso de salir de su cuerpo. Junto a ella puso un pequeño papel. No se lo podía mostrar a nadie nunca. En la noche iba a ir por ella a salir por un viaje astral. Sin decir una sola palabra se marchó. Los testigos de la escena se encargaron de replicar la información que, como un teléfono roto, se replicó con muchas versiones diferentes.
Ahora resultaba imposible salir a a la verja de su casa. Sus vecinos se le acercaban, unos con insultos porque creían que era una abominación del mal. Otros pidiendo milagros como si fuese una santa. Solo habían pasado dos días y su vida era el escenario de una película de suspenso interminable. Ya no pasaba por la sala para evitar los gritos exorcistas de su abuela, quien pretendía sacarle el demonio con insultos.
Evitar el sueño no había funcionado, ¿Quién puede huir del cansancio? Pensaba. De pronto si caigo rendida no me suceda más. Amontonó las almohadas junto a la escalera para evitar bajar por ahí y se durmió. Escuchaba su nombre, era un susurro, pero se escuchaba muy duro, miró a todos lados y se deslizó lentamente hasta llegar a los pies de la cama. Pero decidió volver a sus plegarias de siempre que, aunque nunca terminaban le permitían volver a su cuerpo. No sintió nada, no se vio en trance, -No pasó nada-, se decía así misma mientras se cubría de pies a cabeza con la manta bendita que le trajo la tía Aminta después de hablar con el padre. Descansó tranquila hasta las tres de la mañana, cuando su abuela intentó ahorcarla para sacarle el diablo, que a esa hora es más vulnerable. Con los ojos aún crispados pasó la noche en el patio, con el miedo de morir en medio del collar de ajos que había puesto la viejita aquella en la puerta de la habitación.
Otra voz la despertó de un corto sueño que concibió, ya era hora de ir al colegio. No quería volver, pero era la mejor opción. Al voltear la esquina la estremeció el mismo susurro. Trató de correr, pero se enredó en sus pies y cayó. No quería abrir los ojos, pero no pudo evitarlo. Era Martín quien estaba llamándola desde la noche anterior, en medio de sus sueños y ahora, quien le reclamaba por no haber ido con él a ese viaje astral que le había prometido. Temblando se alejó, todo era aterrador. Su mente enlagunada convirtió el paisaje en un caleidoscopio. Siguió corriendo hasta que se desvaneció. El silencio arribó en el lugar, donde se pasó de un estruendoso alarido de la señora de la tienda, a un mutismo completo.
De repente se recuperó, todos le miraban como esperando el inicio de algo inesperado. Pasó en medio de ellos, su respiración fue calmándose poco a poco. Todos se quedaron mirándose, con estupor, - Recemos- dijo la señora que se encontraba a su lado. Ella dio un ligero paso hacia atrás, y al voltear al frente sus ojos parsimoniosos se detuvo, Ella estaba allí.
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